Gonzalo Delacámara, 4 de marzo de 2021

Niños practican la lucha con espadas en una "calle de juegos" de Londres, en
torno a 1947. Gamma-Keystone via Getty Images.
En Good Bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003), en Berlín, la protagonista entra en
coma en octubre de 1989, apenas un mes antes de la caída del Muro. Cuando
despierta, ocho meses después, toda su familia hace lo posible para transmitirle
que nada cambió, aunque todo lo esencial lo hubiese hecho.
Cuando se promueve la peatonalización de las zonas próximas a los colegios, la
pregunta inmediata que podría venir a la mente de la protagonista de esa
película es: ¿de verdad no lo estaban ya? No, no lo están.
Es la misma sociedad que cierra antes los colegios que los bares ante una
pandemia, que exige a los niños comportamientos que los adultos no
aceptaríamos, que toma recurrentemente decisiones por ellos sin conocer su
opinión (vulnerando así de modo contumaz el artículo 12 de la Convención sobre
los Derechos del Niño), que subestima los efectos sobre la salud de la exposición
continuada a concentraciones excesivas de dióxido de nitrógeno, monóxido de
carbono, benceno, partículas en suspensión (PM2,5) o sulfatos, que mira hacia
otro lado ante la realidad sólida de la pobreza infantil,... La autorización del
tráfico rodado en zonas escolares parece coherente: es la consistencia en el
error.
Recuperar para los niños y sus familias las calles próximas a los colegios no es
solo, como suele afirmarse, una manera de aumentar la seguridad vial, de
reducir los niveles de contaminación a los que los niños se exponen a diario, de
evitar la congestión y el ruido, o de ganar espacio ahora entregado a los coches.
Es la posibilidad de repensar la ciudad, de sentirla como un proyecto colectivo,
con los residentes de esas zonas y no contra ellos. Los coches son sucios,
peligrosos, costosos de comprar y mantener y ambientalmente nocivos en su
producción y en su funcionamiento. Ocupan además mucho espacio pese a
transportar muy poca gente por unidad. Desde 1957, una ley prohíbe en Japón el
aparcamiento en las calles. Cualquiera que conozca ese país recordará el
asombro inefable de ver áreas densamente pobladas sin coches estacionados en
las calles. El área metropolitana de Tokio, que incluye ciudades como Kawasaki o
Yokohama, es la mayor conurbación del mundo, con casi cuarenta millones de
habitantes. Estas experiencias no solo funcionan de modo experimental en
pequeñas villas...
Habrá quien afirme que no hay suficientes autobuses para llegar a los colegios o
que son muy lentos, que el espacio para peatones es escaso e incómodo... Nada
de eso va en demérito del transporte público o de caminar, sino que en realidad
es un síntoma más de las ciudades diseñadas para el transporte privado en
general y para los coches en particular.
Recuperar la ciudad para los niños es también recuperar la memoria. Hubo un
tiempo en que los abuelos de nuestros hijos jugaban en las calles sin nada que
temer, caminaban solos a las escuelas. Eso no hacía ese tiempo mejor que el
actual en otros sentidos, pero es importante establecer ese compromiso
generacional de rescatar aquello que fue bueno al tiempo que se generan
nuevas oportunidades contemporáneas.
Uno de los desafíos generacionales de nuestro tiempo (la mitigación de y la
adaptación al cambio climático), demanda un esfuerzo colectivo descomunal en
cuanto a la transformación del modelo de movilidad en las ciudades. Sin ese
cambio no habrá transición energética y, sin ésta, la descarbonización de la
economía será una quimera. Sin embargo, con las palabras no basta. Las causas
nobles tienden a ser más cómodas cuando lo único que exigen es apoyar la
iniciativa de otro. Tendemos a abstracciones que no necesitan traducirse en
nada concreto en nuestra vida diaria. Alguien dice una mañana en el colegio
‘peatonalización’ y todos lo observamos con entre felicidad y complacencia,
como si mencionar la palabra implicase la desaparición inmediata de los coches.
Los deseos no se cumplen solo por enunciarlos. Nada tendría fuerza de verdad si
no estuviese respaldado por una gran suma de comportamientos individuales.
Hay tendencias que, en gran medida, son irreversibles. Una de ellas es la
peatonalización de zonas urbanas en torno a los colegios. La decisión no es tanto
si llevarla adelante sino cuándo realizar esa acupuntura urbana que después
pueda escalarse a otras zonas de nuestras ciudades.
Italo Calvino, en Las Ciudades Invisibles (1972), escribía: “Las ciudades son un
conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son
lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía,
pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de
palabras, de deseos, de recuerdos”.